Una exposición artística a través de siete historias sobre el ictus






︎La esponja de después

Enrique P., 43 años


        Cuando me dieron el alta del hospital y me volví a casa con medio cuerpo prácticamente muerto, no paraba de hacer bromas. Yo es que soy muy así, no puedo evitarlo. Cuando llegamos y mi hijo me tuvo que poner el pañal por primera vez, le dije que ya era hora de que me devolviese el favor después de todos los que le había puesto yo. Nos reímos un rato. Él ya me conoce. Pero cuando se bajó a comprar me puse a llorar como un loco, a moco tendido. Hacía… no sé, siglos que no lloraba. Y mira que yo sabía que esto iba a remontarlo, ¿eh? Porque le iba a echar coraje. No os preocupéis que yo soy más fuerte que la mermelada de ajo, les decía. Pero no poder asearte tú solo… Ha sido una de las cosas que más me costó asimilar. Algo tan básico y tonto. Fue durísimo, no te voy a engañar. Pero bueno, pues poco a poco te vas acostumbrando a perder la vergüenza. Y a la vez, gracias a la rehabilitación, vas aprendiendo a no necesitar ayuda. Y con humor, siempre con humor. Es la única manera que yo veo para salir algo así. Y oye, que cuando pasa un tiempo y ya no te hacen falta los pañales… no te creas que no los eché de menos, ¿eh? Eso de estar viendo el fútbol y no tener que ir al baño no estaba tan mal.





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